no pudiéramos experimentarla, estaríamos permanentemente cometiendo errores. No habría incentivo para cambiar o mejorar nuestra conducta. Ignoraríamos todo tipo de norma social y moral, prescindiríamos de las consecuencias de nuestras acciones. Los asesinos arrepentidos luchan con un sentimiento de culpa hasta el fin de sus vidas. Por el contrario, los psicópatas no suelen sentir culpa. Por tanto, desde el punto de vista biológico, la culpa ha terminado convirtiéndose en un instrumento de reparación social que asegura que determinadas acciones no se produzcan o no se repitan. La culpa talla una mejor versión de nosotros mismos, doblega los intereses personales y crea espacio para acciones altruistas con la mirada puesta en el beneficio social. Sin duda, el sentimiento de culpa es desagradable, duradero y difícil de erradicar, pero, precisamente por eso, inspira la reparación del daño producido (por ejemplo, con una disculpa) e intenta detener, deshacer o compensar las consecuencias de la ofensa cometida. En consecuencia, la culpa es una poderosa motivación para actuar de acuerdo con normas moral y socialmente aceptadas y para corregir nuestra conducta