La muerte sorprende incluso a quienes llevan años esperándola, sin importar la cantidad de noches que se les haya torcido el cuerpo en una silla de hospital, rogándole que venga a llevarse a la persona que agoniza en la cama de junto. El duelo, en cambio, es más obstinado; un animal confianzudo que da varias vueltas sobre su propio eje antes de echarse a dormir.
El duelo no avanza en línea recta. No avanza: es una mancha de humedad en el techo a la que los habitantes de la casa se acostumbran al punto de dejar de verla.