Troika

esa noche, en el departamento nuevo de Inés, Francisca no soñó

A veces, cuando el cuerpo celeste de mi madre se queda quieto, podemos observarlo de cerca y pensamos que hemos entendido algo. Hasta que toma impulso, vuelve a lanzarse y le perdemos la pista

Me siento una niña, o puede que sea ella la que se está haciendo pequeña, más pequeña que yo. Sí: es ella la que está sacudiéndose la edad, suavizando las partes más rugosas de su temperamento.

He ido perfeccionando con relativo éxito el arte de perder,

fuera de hacerla resistente al paso del tiempo, no había nada que quisiera cambiar en ella.

Todo lo que mi madre ha perdido hasta ahora –la orientación, la posibilidad de llevar una agenda, las horas de sueño continuo– ha aparecido en otro sitio,

Aunque no hay nada tan ajeno como el amor de otros, la escena se me quedó grabada: una frase subrayada en la página de un libro al que vuelvo para comprobar que las palabras no se han movido de lugar.

Llevo colgados de mi corazón
los ojos de una perra.

ANTONIO GAMONEDA

Escribo y estiro la mano hacia la memoria, esa estatua que tocamos en el mismo punto una y otra vez, para tener buena suerte o para garantizar que volveremos a cierta ciudad. Al tocarla la hago brillar, inútilmente.

El duelo no avanza en línea recta. No avanza: es una mancha de humedad en el techo a la que los habitantes de la casa se acostumbran al punto de dejar de verla.