Decirle que no a tu principal aliado es una osadía, pero fui más allá. A las pocas semanas, recibí una queja de la compañía porque el olor que producía la cocción de las donas inundaba la entrada y parte del área de cajas del supermercado. No le presté atención. Además, empecé a ser más descuidado con el dinero y a mezclar mis gastos personales (principalmente de viajes) con los de la empresa. Terminé debiendo tres meses de la renta del espacio, y fue entonces cuando Walmart me mostró lo duro que puede ser un gran corporativo. Tres años después de la inauguración, me sacaron el local de Tláhuac.