Katie Connell ha cambiado el ejercicio de la abogacía en Texas por una exótica casa en el Caribe, tres niños pequeños y una asociación con su marido Nick Kovacs en su empresa de investigaciones, no sin roces entre los recién casados, sin embargo. Katie cree que no hay nada que una tardía luna de miel con ropa opcional y servicio de habitaciones obligatorio no pueda arreglar, pero antes de que el dúo pueda embarcar en un avión a St. Bart's, deben hacer una aparición de mando en la fiesta de la casa junto a la playa de su adinerada cliente, Fran Nelson, una matriarca de la isla. Desgraciadamente, el marido de Fran, Chuck -un constructor de éxito al que algunos llaman el Don Corleone de San Marcos— le toca el trasero a Katie. Ella lo pone en su sitio delante de sus invitados, y lo encuentra muerto sólo unos minutos después. La descuidada -en el mejor de los casos— y corrupta -en el peor— policía de la isla acusa a Katie del crimen, a pesar de la larga lista de enemigos de Chuck, entre los que se encuentra un espíritu caribeño muy enfadado. Ella y Nick se ven obligados a dejar de lado sus planes de luna de miel, sólo para que Nick sea arrastrado a Texas con su padre gravemente enfermo. Volando sola y luchando por su libertad, Katie está decidida a atrapar a un asesino que, al igual que los policías, tiene la vista puesta en ella.