Pronto descubrimos la ciudad de Montreal, con sus tejados de cinc destellando en la lejanía. Sus reflejos caían sobre los ojos como el estruendo de unos timbales en la oreja. Era especialmente visible la iglesia de Notre Dame, y más adelante, también el edificio del mercado de Bonsecours, ocupando una posición dominante en el muelle, detrás de las embarcaciones.