Ceony ralentizó la marcha al doblar la esquina y pasar junto a unas pintorescas casas hasta llegar a una de tamaño considerable pintada de un intenso verde salvia, aunque la pesada cantería que cruzaba su fachada casi ocultaba el color por completo. Tenía un pequeño porche y una verja de hierro baja, y cada lanza de hierro forjado tenía en la punta unas bombillas de iluminador encantadas que resplandecerían en cuanto el sol se pusiera. Una medida de seguridad, supuso Ceony. La maga Aviosky nunca se había preocupado demasiado por la estética.