Apoyar a esa marea de gente que, igual que nosotros, pensaba que era posible cambiar el país. Botar al dictador. Que cayera muerto. Hacer algo heroico, aunque fuera estúpido. Nunca le confesamos nada al resto de los primos. Sabíamos que teníamos prohibido participar en esas actividades. Y no es porque nuestros padres estuvieran a favor del hombre de cuello Mao, todo lo contrario, la oposición de ellos era conocida por todos, era el miedo lo que los atrapaba en la inacción. En sus movimientos lentos y precisos, en sus conversaciones en clave, en su oposición silenciosa y malherida.