lli observaron el planeta rojo—que durante siglos ha sido la estrella de la guerra —, pero no llegaron a interpretar las fluctuaciones en las marcas que tan bien asentaron sobre sus mapas. Durante ese tiempo los marcianos deben haber estado preparándose.
Durante la oposición de mil ochocientos noventa y cuatro se vio una gran luz en la parte iluminada del disco, primero desde el Observatorio Lick. Luego la notó Perrotin, en Niza, y después otros astrónomos.
Los lectores ingleses se enteraron de la noticia en el ejemplar de Nature que apareció el dos de agosto. Me inclino a creer que la luz debe haber sido el disparo del cañón gigantesco, un vasto túnel excavado en su planeta, y desde el cual hicieron fuego sobre nosotros. Durante las dos oposiciones siguientes se avistaron marcas muy raras cerca del lugar en que hubo el primer estallido luminoso.
Hace ya seis años que se descargó la tempestad en nuestro planeta. Al aproximarse Marte a la oposición, Lavelle, de Java, hizo cundir entre sus colegas del mundo la noticia de que había una enorme nube de gas incandescente sobre el planeta vecino. Esta nube se hizo visible a medianoche del día doce, y el espectroscopio, al que apeló de inmediato, indicaba una masa de gas ardiente, casi todo hidrógeno, que se movía a enorme velocidad en dirección a la Tierra. Este chorro de fuego se tornó invisible alrededor de las doce y cuarto. Lavelle lo comparó a una llamarada colosal lanzada desde el planeta con la violencia súbita con que escapa el gas de pólvora de la boca de un cañón.
Esta frase resultó singularmente apropiada. Sin embargo, al día siguiente no apareció nada de esto en los diarios, excepción hecha de una breve nota publicada en el Daily Telegraph, y el mundo continuó ignorando uno de los peligros más graves que amenazó a la raza humana. Es posible que yo no me hubiera enterado de lo que antecede si no hubiese encontrado en Ottershaw con el famoso astrónomo Ogilvy. Éste se ha