Sin lugar a dudas, hacen falta protocolos, guías que regulen la actividad; procedimientos que protocolicen su seguimiento y evaluación; en suma, que informen y reglamenten el tratamiento de los pacientes. El problema no está en los protocolos ni en las guías, está cuando estos se constituyen en la única atención al paciente, cuando sustituyen el entendimiento de sus síntomas como parte de su biografía, cuando la inevitable transferencia se desplaza a un cuestionario a rellenar puntualmente, cuando no en normas disciplinarias que fuerzan al paciente a esconder su sintomatología.