He venido a decirte que no podemos casarnos.
Se levantó y empezó a caminar arriba y abajo por la habitación. Arrugó la boina un rato y luego de pronto la tiró. Se detuvo frente a mí y nos quedamos muy cerca el uno del otro, mirándonos. Me puso las manos sobre los hombros. Tenía una cara de bebé viejísimo con aquellos pocos cabellos largos y húmedos sobre la cabeza alargada.
—Siento muchísimo haberte pedido que te casaras conmigo. No me puedo casar. Eres una hermosa muchacha, tan serena, tan dulce que acabé montándome una película con nosotros dos. Era una película muy bonita, pero inventada de arriba abajo, no había en ella nada de cierto. Te pido que me perdones. No me puedo casar. Me da miedo.
—Está bien, no importa, Kit. —Tenía muchas ganas de llorar—. No estoy enamorada de ti, ya te lo he dicho. Si me hubiese enamorado de ti habría sido difícil, pero así no es tan difícil. Se mira hacia adelante y no se piensa más en el asunto.
Volví la cabeza hacia la pared. Tenía los ojos llenos de lágrimas.