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Natalia Ginzburg

Valentino

  • Ivana Melgozahas quoted5 hours ago
    Pero no me dura mucho la rabia contra él porque es lo único que me queda en mi vida y yo soy lo único que le queda a él en la suya. Por eso pienso que me tengo que proteger de esa rabia, que debo permanecer fiel a Valentino y seguir a su lado para que me encuentre si se vuelve hacia mí. Lo sigo con la mirada cuando baja a la calle y lo acompaño hasta la esquina, y me alegro de que siga siendo tan guapo, con su pequeña frente cubierta de rizos y su espalda fuerte. Me alegro de su caminar, todavía tan alegre, tan libre y triunfante: me alegra su caminar, vaya adonde vaya.
  • Ivana Melgozahas quoted5 hours ago
    Se alegra de verme, pero no debo hablarle demasiado de Valentino, y, al igual que hago con Valentino, tengo cuidado de hablar sólo de cosas que no hacen daño: los niños, Bugliari, la nurse. Ésa es la razón por la que no tengo a nadie con quien hablar de verdad: hablar de verdad, de la verdad de toda nuestra historia tal y como sucedió, y me la quedo dentro y a veces me parece que me ahogo.
  • Ivana Melgozahas quoted5 hours ago
    Valentino fabrica para sus hijos los mismos juguetes con trapos y serrín que hacía para los hijos de la portera: gatos y perros y diablos llenos de nudos.

    Valentino y yo nunca hablamos de Maddalena. Ni siquiera hablamos de Kit. Restringimos nuestras charlas de manera muy firme a las cosas pequeñas, a lo que comemos o a la gente que vive enfrente.
  • Ivana Melgozahas quoted6 hours ago
    Ya estaba bajando las escaleras cuando me llamó. Regresé. Me abrazó de nuevo y lloró, pero esta vez sin rabia, tranquila y piadosamente.

    —No es cierto que no te quiera ver más—dijo—, no dejes de venir a verme, Caterina, mi queridísima Caterina.

    Y yo también me puse a llorar, y estuvimos abrazadas un buen rato. Luego salí a aquella tarde tranquila y luminosa, y fui a llamar a Bugliari para saber dónde estaba Valentino.

    Ahora vivimos juntos Valentino y yo. Tenemos dos habitaciones pequeñas con cocina y un balcón en la parte delantera. El balcón da a un patio muy parecido al de la casa de papá y mamá.
  • Ivana Melgozahas quoted6 hours ago
    Había hecho el esfuerzo de no pensar en él durante todo aquel tiempo porque no lo quería, pero también porque me parecía duro que no me hubiese querido. ¡Y en medio de todo eso resultaba que Kit había muerto!

    Lloré. Me acordé primero de la muerte de mi padre y luego de la de mi madre, aquellos rostros cuyas huellas se iban desdibujando poco a poco en la memoria, y cada vez me tenía que esforzar más para recordar las cosas que solían decir. ¿Y Kit, qué cosas decía él?

    «¿Te acuerdas de la vieja del zapato?—decía—. Nadie nos prohíbe que hagamos alguna excursión juntos. Soy una basura—decía—de las que se tiran a la calle».
  • Ivana Melgozahas quoted6 hours ago
    La tía Giuseppina era la hermana de mi madre y vivía en el campo, en el pueblo en el que había dado clase toda la vida. Ya no daba clase y se pasaba el día haciendo calceta; le pagaban un poco por aquel trabajo y vivía de la pensión y de aquello. No la veía desde hacía muchos años y me sorprendió el parecido con mi madre. Cuando miraba su pequeño moño blanco y su perfil delicado casi me parecía estar con mi madre. Le dije que había estado enferma y que necesitaba un poco de reposo, y ella me colmó de atenciones, se ocupaba de que no me faltara de nada, me preparaba platos que me gustaban. Daba paseos con ella antes de cenar, muy despacio, con su mano delgada apoyada en mi brazo, y me parecía estar paseando con mi madre.
  • Ivana Melgozahas quoted6 hours ago
    Pensé que ni siquiera había nada de hermoso en mi sufrimiento porque yo no amaba a Kit, sólo sentía vergüenza, la vergüenza que me producía que me hubiese pedido en matrimonio y luego me hubiese dicho que no podía ser. Y me parecía que durante aquellos días había hecho un esfuerzo enorme para anular todas las cosas que no me gustaban de Kit, para activar las que me gustaban, para aprender a vivir con su cara de bebé envejecido. Todos aquellos esfuerzos para nada, ¡para nada! ¡Cuántos esfuerzos inútiles y humillantes! ¡Qué ridículo, aquel Kit muerto de miedo ante la idea de tener que casarse de verdad conmigo!
  • Ivana Melgozahas quoted6 hours ago
    —Nada, no puedes hacer nada, Kit. No ha pasado nada. Aún no habíamos comprado los muebles, estaba todo en el aire. Era una cosa dicha porque sí, medio en broma.

    —Sí, medio en broma. En el fondo no nos lo creíamos ninguno de los dos. Aun así todavía podemos hacer alguna excursión juntos alguna vez, la de aquel día fue muy bonita. ¿Te acuerdas de la vieja que nos tiró el zapato?

    —Sí.

    —Nadie nos prohíbe que hagamos alguna excursión juntos. Para eso no hace falta casarse. La haremos, ¿verdad?

    —Sí, la haremos.
  • Ivana Melgozahas quoted6 hours ago
    He venido a decirte que no podemos casarnos.

    Se levantó y empezó a caminar arriba y abajo por la habitación. Arrugó la boina un rato y luego de pronto la tiró. Se detuvo frente a mí y nos quedamos muy cerca el uno del otro, mirándonos. Me puso las manos sobre los hombros. Tenía una cara de bebé viejísimo con aquellos pocos cabellos largos y húmedos sobre la cabeza alargada.

    —Siento muchísimo haberte pedido que te casaras conmigo. No me puedo casar. Eres una hermosa muchacha, tan serena, tan dulce que acabé montándome una película con nosotros dos. Era una película muy bonita, pero inventada de arriba abajo, no había en ella nada de cierto. Te pido que me perdones. No me puedo casar. Me da miedo.

    —Está bien, no importa, Kit. —Tenía muchas ganas de llorar—. No estoy enamorada de ti, ya te lo he dicho. Si me hubiese enamorado de ti habría sido difícil, pero así no es tan difícil. Se mira hacia adelante y no se piensa más en el asunto.

    Volví la cabeza hacia la pared. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
  • Ivana Melgozahas quoted6 hours ago
    Iba vestida con la cofia de encaje y el delantal negro y me resultaba difícil reconocer en ella a la campesina cubierta de barro de aquel día, pero cada vez que veía su pelo rojo me acordaba de las pequeñas peras y del vino y de la cocina oscura y del banco de piedra que había frente a la casa y de la extensión de los campos y me preguntaba si también se acordaría Kit. Me parecía que tendríamos que haber pasado tiempo los dos solos, Kit y yo, pero era como si él no lo deseara y siempre le pedía a Maddalena que viniera con nosotros cuando íbamos a ver muebles, y cuando estábamos en casa jugaba a las cartas con Valentino, como había hecho siempre.
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