Es ese instante en que te empiezan a surgir los lamentos. Largo, espeso. Cuando los segundos parecen minutos y los metros se disfrazan en millas. Entonces bajas los ojos al asfalto (arriba, donde el cielo hace el amor con el bosque, solo hay futuro, y ese futuro duele), cierras los párpados, así, una, dos, tres veces. Escrutas en tu interior. Es la soledad, la soledad que te hace pensar, y dudar de todo. ¿Qué hago yo aquí? ¿Qué se me ha perdido por estas montañas? Y, sobre todo, ¿por qué sigo?
Porque está ahí, quizá.
Entonces abres los ojos, la luz te ciega durante una milésima de segundo, todo es blanco, y luego gris, y más tarde verde. Sonríes. Es lo mejor que puedes hacer. Sonríes. Te levantas sobre los pedales y sigues avanzando. Poco a poco. Todo fatiga, dolor y felicidad.