Isidoro Colmenar, tiene consciencia de su existencia con cinco años en Madrid. Su vida, le informa poco a poco de su realidad entre cómica y dramática: Hijo furtivo de un misionero en África, la ¿fortuna?, le ha ofrecido una vida en el mundo desarrollado, sin familia directa pero fácil y segura. Cuando al comenzar sus estudios universitarios su vida deja de ser una sucesión determinada de actividades, de seguridades, toma consciencia de su parte africana. Tiene posibilidad de viajar a su tierra de origen en busca de su pasado. Descubre que vivir para muchos seres humanos, tan humanos como los que había conocido hasta entonces, era un golpe de suerte. Tiene que continuar su vida, su golpe de suerte; pero ya con conciencia de su condición africana. Loa años, una larga vida, le enseñan que el mal es la herramienta de poder de quienes, despiadadamente, quieren y se creen con derecho a poseerlo todo (Todo esto me ha sido dado y yo lo doy a quien quiero. Lucas 4, 1–13) y viven, naturalmente, en la parte civilizada del mundo. Frente a ello, quedan dos opciones, someterse o enfrentarse. La lucha es casi suicida, la esperanza, es que el mundo reaccione, las armas, aparentemente endebles: el amor y sus hermanos pequeños, el sentido del humor y el sentido común. La lucha seguramente imposible. Pero a veces, nunca sin dolor, se gana