un agregado amorfo de burbujas protoplásmicas, vagamente luminosas, y miles de ojos que se formaban y deshacían como pústulas de luz verdosa a medida que avanzaba hacia nosotros por el túnel, aplastando a los pingüinos y resbalando por el suelo pulimentado que él, y otros como él, habían limpiado de toda suciedad. Una vez más oímos el silbido burlón y pavoroso, «¡Tekeli-li, Tekeli-li!». Y por fin recordamos que los demoníacos Shoggoths, a quienes los Ancianos habían dado vida, pensamiento y plasticidad para reproducir cualquier órgano, no tenían otro lenguaje que el expresado por aquellos puntos, y tampoco tenían más voz que los acentos que imitaban de sus amos desaparecidos.