lo más penoso para Iván Ilich era que nadie lo compadeciera como a él le habría gustado: en determinados momentos, después de prolongados sufrimientos, habría deseado por encima de todo, por más que le diera vergüenza reconocerlo, que alguien se compadeciese de él como si fuese un niño enfermo. Le habría gustado que le acariciaran, que lo besaran y que llorasen por él, como se mima y se consuela a los niños.