La escritura es una batalla; la palabra, una bestia a la que hay que someter. Domar quimeras es, en parte, un ejercicio introspectivo sobre el oficio del poeta, quien se arriesga, como en cualquier contienda, a la frustración y a la herida que se abre. Ante la confesión de tal dificultad, esta antología parece paradójica al entregar al lector la crítica a la ciudad despiadada; el descubrimiento de la identidad y del cuerpo; el desencanto que sigue al amor intenso, sensual, y la sordidez de la reflexión profunda.
A destiempo, la obra se construye a partir de la recuperación de imágenes poéticas y personajes que provienen de sitios tan apartados como la antigua cultura grecolatina o tan cercanos como la naturaleza de todos los días, la luz y el abismo, en una búsqueda por nombrar lo que parece inaprensible.