Pero, cuando se fueron los días de los sueños dorados y la Desesperación no tenía ya poder para destruir, entonces aprendí cómo amar la existencia, fortalecerla y alimentarla sin ayuda de la alegría. Entonces refrené las lágrimas de la pasión inútil, desenganché mi joven alma del anhelo de la tuya, con firmeza rechacé su ardiente deseo de precipitarse a descender a esa tumba que ya era más que mía. Mas todavía no me atrevo a dejar que desfallezca, no me atrevo a complacerme en el extasiado dolor de la memoria; tras haber apurado esa angustia divina, ¿cómo podría adentrarme en el vano mundo otra vez?