—Has guardado mis secretos. Te aseguro que, si te casas conmigo, habrá muchos más secretos que guardar. No me juzgas ni pareces agitarte demasiado. Me das paz. —Sus ojos buscaron los míos—. Busco la paz desesperadamente. Creo que eres la única oportunidad que tengo de conseguirla.
—¿El centro de tu tormenta? —dije yo, sonriendo.
Él suspiró, aliviado.
—Sí.