Pero tenía otras cosas en que pensar. Y no le impresionaban los frenéticos anuncios de que el mundo estaba en «peligro», de que la humanidad se encaminaba hacia una catástrofe tal que las ciudades costeras desaparecerían tragadas por las olas, las cosechas quedarían arruinadas y cientos de millones de refugiados se desplazarían de un país a otro, de un continente a otro, empujados por las sequías, las inundaciones, las hambrunas, las tempestades y las guerras incesantes motivadas por la disminución de recursos