finales de los años veinte el grupo teatral ruso Vartangov dio en París una representación cuyos entreactos eran parte de la obra. Tramoyistas vestidos con monos de trabajo azules entraban en escena al salir los actores y, mientras movían los decorados, representaban una mímica silenciosa del acto precedente. Cuando los otros volvían, la leyenda china que se representaba había ascendido a un nivel más alto. Por debajo de las profusas palabras la pantomima del intermedio parecía continuar todavía.