Ricardo Ferrari se ha pasado la vida leyendo, pero no ha podido escribir más que algunos cuentos y varios artículos. El encuentro con una carta perdida —o no tanto— lo empuja a crear una narrativa de lo real, a pensar su historia como algo que se puede escribir, pero sin escribir ni una palabra. Unas pocas líneas tiradas junto a un contenedor de basura inauguran una trama policial que descubre las partes oscuras de la vida del padre del protagonista, y por extensión, de su propia historia. El pasado surge a borbotones por más esfuerzos que haga Ricardo por darle una estructura. Como en Íntima, como en 18 y Yaguarón, como en Mientras espero, una vez más la metaliteratura y la autoficción se trenzan en la prosa límpida de Appratto.