Leer sus «memorias» es como encontrarse en un tren a un hombre que te dice: «No me mire a mí, sería engañoso. Si quiere saber cómo soy, espere a que entremos en un túnel, y entonces estudie mi reflejo en el cristal.» Esperas, miras, y sorprendes una cara proyectada sobre un deslizante fondo de muros hollinosos, cables, repentinos fragmentos enladrillados. La forma transparente parpadea y brinca, alejándose siempre unos cuantos palmos. Acabas por acostumbrarte a su existencia, te mueves con sus movimientos; y aunque sabes que su presencia es condicional, tienes la sensación de que es permanente. Luego se oye desde más adelante un aullido, un estruendo y un estallido de luz; la cara ha desaparecido para siempre.