A ésa le disparé cinco veces –se jactó ante mí.
Así eran generalmente sus frases. A mí me parecían muy toscas, pero no me importaba: los dos éramos artistas, comprende. No obstante, me fijé en la metáfora. Cuantas más veces le disparas a alguien, más probable es que acabe muerto. ¿Es eso lo que buscan las mujeres? ¿Necesitan los hombres un cadáver como prueba de su virilidad? Sospecho que sí, y las mujeres, con la lógica de la adulación, se acuerdan de exclamar en el momento oportuno: «¡Me muero, me muero!», o algo parecido. Pero a menudo he comprobado que, después de un rato de amor, la inteligencia se me agudiza; que veo las cosas con más claridad; que me invade la poesía. De todos modos, ya sé que lo que menos me conviene es interrumpir a mi héroe con mis balbuceos; de modo que lo que hago es fingir que soy un cadáver satisfecho.