Está bien, soy flor. Pero una de esas que nunca sirvieron.
—Usted dispensó bellezas, Luarmina.
—¿Y para qué sirven las bellezas? Para nada.
—Vea solo un ejemplo: ¿Quién da más lustre al cielo? ¿No es el arco iris? Y ahora dígame: ¿Cuál es la utilidad que tiene el arco iris?
—Qué sé yo.
—Tiene la utilidad única de fantasear, de enseñar al cielo a soñar.
Pero ella regresaba al casi-lo-mismo. Yo, que la disculpara, porque ella se tenía definitivamente como una ruina, y hablaba:
—Perdí el tiempo; pero el tiempo, ese es el que no se olvida de mí.
Así decía, señalando la piel envejecida del cuello. Y yo, en el consuelo:
—Puesto que el tiempo no la suelta, gracias y desgracias a Dios. Porque soy yo y es el tiempo, los dos compitiendo por usted, doña Luarmina. Deje que sea yo el que gane, por amor de Dios, doña...