Por un lado, el movimiento de la ciencia hacia la cocina parece seguir la huella de la tradición desplegada en los siglos previos: la cientifización de las prácticas culinarias como extensión natural del papel cada vez más importante desempeñado por la ciencia en la sociedad, a lo cual la cocina no puede permitirse quedar inmune. Por otro, la cocina es vista como una seductora oportunidad de divulgación, de acercar al público los contenidos y los objetivos de la ciencia en un contexto más familiar y cercano a la experiencia cotidiana; en definitiva, una suerte de continuar por otros medios ese programa de “misionero”, paternalista, que en gran medida caracteriza a la exposición pública de la ciencia a partir de la segunda mitad del siglo XX.[46]