De verdad que Villoro tiene un don para la sensorialidad: el calor sofocante, el traqueteto del motor de la lancha, la humedad de la brisa, la textura de las empanadas, el cántico de las gotas en los cenotes, el barullo de los cafés, la musicalidad del habla yucateca, el ascenso por las pirámides y el vuelo del pájaro toj.
Consigue inyectarte la nostalgia que él percibe al vagar por la tierra de su madre y visitar la vieja casa de su familia: el lugar donde una mata de mango tatemada hacía décadas sigue siendo noticia.
Mete también muy buenas reflexiones -tanto políticas, sociológicas y hasta mágicas- a sus peripecias; narradas con una elocuencia que a veces hasta marea. Disfruté sobremanera todas sus descripciones paisajistas.
Un cronista de los mejores, Villoro, he leído casi todas sus crónicas y me he insertado gracias a él en la cultura mexicana
Lleno de datos curiosos y datos históricos. Disfrute mucho leyendo este libro.