—«¿Qué le dirás esta noche, pobre alma solitaria, a la mujer más buena y amada, a la más bella?» —me susurró aquellas palabras, que formaban parte de un poema de Baudelaire que aparecía en el libro que me había regalado—. «No hay nada más dulce que satisfacer sus deseos. Su carne espiritual tiene una fragancia angelical, y sus ojos nos revisten de pureza».