Solo algunas personas ya grandes de Barcelona recuerdan quién fue Oriol Regàs, un célebre personaje en el mundo de la cultura, la gastronomía y el ocio nocturno de los ambientes de gente adinerada y progresista. Una combinación poco habitual.
Su fama estaba cimentada en el bar del que era dueño, el Bocaccio, famoso espacio donde tomaba sus copas la intelectualidad de los años sesenta, la llamada gauche divine. Un lugar donde cada noche llegaba Carmen Balcells a fichar autores, donde Esther Tusquets y su hermano Oscar pensaban la nueva Lumen, donde hacía planes Beatriz de Moura y donde Jorge Herralde comenzaba a delinear la revoltosa Anagrama. Allí me llevó Balcells cuando la conocí. Después de décadas de encierro y oscuridad, una nueva era daba comienzo. Todo giraba alrededor de Bocaccio, en la calle Muntaner. Una historia que aparece reiteradamente en las memorias de artistas y escritores, el grupo de intelectuales más progresista, más elegante, más fiestero y más liberal de todo Barcelona. Un grupo con una holgada capacidad de consumo que, por su cultura, viajes e idiomas, dejaba afuera a quienes no pertenecían a esa elite