Es cierto que había vistas espectaculares del Mediterráneo al atardecer, o patios con limoneros y plantas trepadoras entre las piedras de la fachada; pero todo lo había ocupado ya un turismo de lujo, que tomaba la forma de boutiques-hotel con varios SUV aparcados delante. Seguramente hubo un tiempo en el que lo que ellos buscaban existía todavía, en el que bastaba con coger un tren o un ferry para ver cómo se desplegaba un mundo diferente, auténtico y lleno de espacio, un mundo de vino de la casa honesto y servido en jarra y refugios silenciosos cerca del mar; pero comprendieron que ese tiempo ya había pasado y que, ya fuera por falta de intuición o por retraso generacional, ahora estarían obligados a pagarlo caro. No podían permitírselo.