En La mujer de Guatemala V.S. Pritchett parece registrar los hechos con la distancia necesaria. Es raro que los detalles queden tan claros en nuestra memoria, pero sin duda se trata de un recurso casi mágico que permite acercarse, rodear el objeto, redefinir su contorno y ubicación en el museo momentáneo del relato, donde no hay recuerdos inofensivos.
Como detecta Martin Amis: «Pritchett ha estado siempre en término de fructífera complicidad con el mundo doméstico e inanimado». Tiene la misma certeza para presentar un personaje que un lugar, y ambos son, mientras el relato dura, los protagonistas ideales de la fábula, nuestros aliados, nuestros guías.
Una historia sobre la insistencia de una mujer de Guatemala desnuda tanto los grados de patronazgo y dominación inglesa como un tratado sociológico. Prichett se niega incluso a la arrogancia de admitirlo. Estos relatos nuevos, otras historias que revelan siempre una conducta de narrador único, ejemplar, insustituible, revelan también a los lectores de lengua castellana la existencia de ese ojo y esa percepción sin precedentes, exquisita e inagotable.