Sanar la culpa

Todos conocemos a personas que han sabido transformar su «deficiencia» o «carga» en facilitador de su crecimiento personal: el amigo introvertido que se dedicó a la investigación, la persona que padece una discapacidad y se convierte en la alegría de la casa, el familiar que padece una cardiopatía y ahora es un brillante cardiólogo, y un largo etcétera. Son personas, como la hormiga, cuya «carga» ha supuesto el trampolín para su presente bienestar.

la mejor relación no es aquella en la que se produce una fusión con el otro, sino aquella en la que cada individuo aprende a vivir con los defectos de los demás, admirar sus cualidades y mantener una «distancia amorosa». De esta forma tenemos en cuenta las «espinas» propias y ajenas (las deficiencias de los demás y nuestros propios límites).

Es evidente que perdonar no es justificar al ofensor, ni disculparle, ni negar la ofensa, ni tampoco es un signo de debilidad, ni, por supuesto, una actitud de superioridad (por ejemplo: «Te perdono, ya sabía que no podías hacerlo bien»). Por el contrario, sí podemos afirmar que perdonar implica creer en la bondad intrínseca del ser humano, reconocer la ofensa, aunque se perdone, lo que no implica que se recupere necesariamente el mismo tipo de relación que antes de la ofensa. Es decir, se puede llegar a la reconciliación o no, estableciendo otro tipo de vínculo. En definitiva, podemos afirmar que perdonar es un proceso que se inicia en la infancia.