Nuestro Dios es alfarero, no un Dios escultor (Sal 103); lo que pasa es que tendemos a olvidar nuestro ser barro, porque nuestra cultura nos dice que tenemos que ser impasibles y de una pieza. El barro es muy frágil, demasiado frágil, y por eso tendemos a hacernos de piedra, hombres y mujeres lo más «integrados» posible, que no se quebranten ni se conmuevan demasiado, porque esto es debilidad, y no estamos para debilidades. Es curioso cómo siguen operando imágenes de Dios no ya crueles, como hemos visto, sino imágenes de un Dios garante de hombres y mujeres bellos, sanos, sin fisuras, contenidos, que controlan la realidad, que le marcan su ritmo a la vida, que no lloran ni ríen demasiado, que no se alteran... En fin, incapaces de palpitar con la vida.