«¡Solo no entiende quien no quiere!», pensó osado. Porque entender es una manera de mirar. Porque entender, además, es una actitud. Como si ahora, tendiendo la mano en la oscuridad y cogiendo una manzana, él reconociese en sus dedos tan deformados por el amor una manzana. Martim ya no preguntaba el nombre de las cosas. Le bastaba con reconocerlas en la oscuridad. Y con alegrarse torpemente.
¿Y después? Después, cuando saliese a la luz, vería las cosas presentidas con la mano, y vería esas cosas con sus falsos nombres. Sí, pero ya las habría conocido en la oscuridad como un hombre que ha dormido con una mujer.