—Ha sido la rueda —se defendió el hombre desde el suelo, que trataba de levantarse sin conseguirlo—. Desvió la trayectoria. No es culpa mía.
—Es mía por hacerte caso. Nunca aprenderé.
Esos tipos estaban completamente locos. Ana no tenía tiempo para sus desvaríos. Y ahora que había vuelto la luz sabía dónde estaba la salida, muy cerca. El salón era la primera estancia a la que habían entrado desde el vestíbulo principal de la casa. Se dio media vuelta y se marchó sin despedirse, lo que claramente no les importó a aquellos dos, que seguían discutiendo y echándose la culpa el uno al otro.
Ana no se topó con nadie en el vestíbulo, cosa que agradeció. Sin embargo, su esperanza de salir de allí