La calidad del agua se había deteriorado en las últimas décadas y la concentración de oxígeno disuelto en ella había disminuido de forma inversamente proporcional al ascenso de las temperaturas que había propiciado el cambio climático. Además, el número de días de lluvia se había reducido en todo el país, mientras que los periodos secos se habían dilatado, por lo que el agua del grifo había ganado nutrientes que le daban un sabor más basto y la concentración de nitratos rozaba los niveles máximos permitidos, así que las recomendaciones para no beberla eran habituales, sobre todo ese año, que estaba siendo excepcionalmente seco. Estas restricciones en el consumo de agua era algo a lo que se habían enfrentado desde hacía más de cincuenta años en determinadas zonas del país, aunque ahora el problema era más generalizado, lo cual disparaba las ventas del agua mineral embotellada.