A las dos de la madrugada del día 2 de diciembre de 1991, estalló la bomba de relojería en los boletines informativos de la Cadena SER. Por primera vez, presos de ETA criticaban a la cúpula de la banda por sus últimas acciones terroristas y se manifestaban en contra de los atentados indiscriminados que tenían a los niños como víctimas. En definitiva, presos de ETA desmentían a los propagandistas que afirmaban que no existían fisuras en el apoyo a los atentados.
En esta ocasión no se escondió nada: las voces de las grabaciones eran claras y desvelaban los nombres, los apellidos y el historial de los etarras críticos. Era el principio del fin de la banda armada.
Manuel Avilés era el director del centro penitenciario de Nanclares de la Oca y, junto a su amigo y secretario general de Instituciones Penitenciarias, Antonio Asunción, llevó a cabo la arriesgada maniobra que para siempre marcaría un antes y un después en la organización terrorista y en gran parte de la opinión pública.
De prisiones, putas y pistolas es la historia de una amistad y una promesa. De cómo dos amigos confabularon un plan y lo llevaron a cabo en las grises oficinas de los funcionarios anónimos, y consiguieron, sin que nunca nadie les otorgara una medalla, iniciar lo que parecía imposible: el comienzo del fin de ETA.
Con una prosa descarnada y cargada de verdad, Manuel Avilés narra unas memorias imprescindibles para entender la desintegración y descomposición de ETA, un período de la historia de nuestro país sobre el que todavía quedaban estas páginas por escribir: la verdad de la vía Nanclares.