A través de la comunicación y de la relación madre-niño, vemos cómo uno estructura al otro y al mismo tiempo es estructurado por él. Por ello, en la primera infancia la atención a las alteraciones emocionales de los niños se hace con terapias vinculares madre-hijo o de todo el grupo familiar. Según Kreisler, Fain y Soule (1999), y Adroer e Icart (1989), hemos podido observar a través de nuestra práctica clínica la influencia que cada uno tiene en el otro. Así, con frecuencia observamos que de una madre fóbica tendremos un niño fóbico; si es una madre psicosomática, tendremos un niño psicosomático, y, si es una madre hiperactiva, tendremos un niño hiperactivo. Por la sencilla razón de que la madre enseña a su hijo a sentir y a diferenciar las emociones. Y le transmitirá la manera como ella las vive.