Una frontera silenciosa pero indisputable me colocaba a mí en el lado del padre, entre otras cosas porque siempre fui muy parecida físicamente a él, y a Liliana en el lado de la madre. La similitud entre ellas, que nos pasaba desapercibida entonces, es notoria en las fotografías de la época: las dos son altas, de piernas muy largas, cabello lacio y grueso, cejas tupidas, ojos grandes, labios carnosos. Mi hermana fue siempre una mujer muy bella.