La Causa de la revolución estaba perdida esta vez, pero esa Causa sería restaurada el día de mañana, la misma Causa, siempre rejuvenecida y ardiendo en su llamarada inextinguible. Durante las horas que siguieron, sumida en esa orgía de horror y violencia, fui capaz de discernir las cosas con un lejano interés. La muerte y la vida no pesaban. Era una espectadora cautivada por los eventos y, a veces, arrastrada por la marejada, me convertía en una participante curiosa, pues mi conciencia había escalado hasta una altitud estelar y fría, y se había aferrado a una trasposición