Su nombre es Paul Kamàck. Su afición son las causas perdidas. Matilda lo sabe de inmediato al verle los ojos pequeños, hundidos, azules. Y lo confirma al desenvolver el paquete que le ha depositado en las manos justo después de presentarse, quitarse el sombrero y ofrecerle disculpas por el atrevimiento. Es un lienzo de seda púrpura.
—La vi hace días en La Parisina —le explica sin dejar de mirar el nacimiento del cabello sobre la frente—, me pareció que a usted le gusta esto. Seis metros.