Para los griegos antiguos, de quienes Shelley toma la metáfora, Prometeo fue el titán creador y protector del ser humano, que sube al monte Olimpo y desafía a los dioses robando el fuego del carruaje del dios Helios para dárselo a la humanidad. Indignado por ello, Zeus crea a Pandora, una mujer de arcilla a la que infunde vida y manda a la morada de Prometeo para que abra el ánfora que contiene todas las plagas, dolor y muerte posibles, y castigar así a la humanidad. En el mito, el fuego representa el conocimiento, el espíritu y la llama de la vida; por su parte, el atrevimiento y temeridad de Prometeo son el prototipo de la desmesura, la osadía y audacia del ser humano ante su destino; de su rebelión ante su propia naturaleza.