La última edición del Oxford English Dictionary —que había salido tres años antes, en 1989— tenía 290 000 entradas. La mayoría de la gente no conocía más de 20 000, decía Mary. Conocer la mitad bastaba para considerar que alguien hablaba el idioma con soltura. Esa soltura era como la mente consciente, el abanico de posibilidades contenidas en las palabras que conoces. El inconsciente, sugería ella, era como la masa de palabras que no conoces.