La traición

—¿No estás molesto? —preguntó Lina con alivio.

—Claro que no —aseguró su novio y señaló los cuadros—. ¡Esta locura no es tu culpa! Ya me explicaste que todo lo ocasionó tu demente tía Lavinia y su horrible broma de cumpleaños. Además, yo confío en ti, siempre, siempre.

—Ya se puede ver: ¡es un importante umbrío! —dijo finalmente una sacerdotisa. Lina sintió que algo frío anidaba en su pecho.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó la chica a la defensiva—. Digo, que es de naturaleza umbría.

—Está clarísimo —otra sacerdotisa señaló el lienzo que parecía cubrir a alguien. Ahora se le veían algunos rasgos—. Los colmillos, el cuerpo, las manos. ¡Es un umbrío!

Los lugares de la abuela Imogene, Ariel, Moth y Puck estaban vacíos.

—Bueno, creo que se confundieron en esa parte —apuntó Lina—. Mi padre siempre permaneció a nuestro lado, los embarazos humanos no duran tres meses y, cuando nací, no salté para bailar jota aragonesa con castañuelas en los dientes.

Los umbríos somos algo fatalistas.

—Yo no tanto —aseguró Moth.

—Tú más que todos —replicó su hermano—. Crees que sudar es síntoma de enfermedades mortales.

—¡Porque es verdad! —se defendió el siamés.

Solo una vez había experimentado algo así: con el primer beso que le dio Gis.

Solo una vez había experimentado algo así: con el primer beso que le dio Gis.

Disculpen, pero esto me sobrepasa. Necesito llorar un poco, unos años.

Disculpen, pero esto me sobrepasa. Necesito llorar un poco, unos años.

Lina era lo único que le quedaba, lo único que quería en su vida.