Anaïs Barbeau-Lavalette no conoció a su abuela materna. Sabía muy poco sobre su vida: se llamaba Suzanne, en 1948 formó parte del círculo de artistas signatarios del manifiesto Rechazo total y fundó una familia con el pintor Marcel Barbeau, pero al poco abandonó a sus dos hijos. Para siempre.
A fin de seguir el curso de la vida de esa mujer a un tiempo indignada e indignante, la autora contrató los servicios de una detective privada. Y las revelaciones, de menor y mayor envergadura, no tardaron en producirse.
Suzanne creció con los pies en el barro, libró batallas contra niños anglófonos, se quedó prendada de un director de conciencia, más tarde huyó a Montreal, se sumió en el frenesí artístico de los automatistas, tuvo aventuras amorosas en Europa, participó en los movimientos raciales de una América encolerizada, recogió dientes de león en Ontario, fue cartera en Gaspesia, pintora, poeta, enamorada, amante, devoradora… y fantasma.
La mujer que huye es la aventura de una mujer explosiva, una mujer volcán, una mujer funámbula que quedó al margen de la historia y atravesó con total libertad el siglo y sus tormentas. Para la autora esta novela supone también una forma directa y sin rodeos de dirigirse a la mujer que hirió a su madre para siempre.