Si ibas al loquero, se limitaba a leerte fragmentos del libro, pero cuando lo mirabas, te dabas cuenta de que no tenía ni idea de qué le hablabas. Sencillamente estabas hablando con una persona satisfecha. Cuando lo que de verdad te hacía falta cuando te estabas volviendo loco era otro loco que entendiera exactamente lo que decías, pero no a partir de un libro, sino de la calle.