A sus veintinueve años, Ricky había poseído un encanto arrollador que apaciguaba la vena alocada que compartía con Jason y que lo había llevado a la gloria como capitán en Waterloo, para acabar muriendo en Hougoumont. Los despachos habían alabado profusamente a todos los desgraciados soldados que habían defendido una fortaleza tan vital tan valientemente, aunque ninguna alabanza había logrado aliviar la pena que Jason había experimentado.