Su pasión, esa fe cegadora en todo lo que creía, era uno de los rasgos por los que me enamoré de él. Tenía ese fervor del predicador, esa manera de expresar opiniones que las transformaba en monedas relucientes. Y el hábito de atraer a las personas, de inspirarles un entusiasmo del que ni siquiera habían sido conscientes, tras el cual todo se desvanecía, salvo él y sus convicciones