Cuando el hombre vivió bajo la influencia de una religión que imponía una doctrina revelada por Dios, como sucedió en la Edad Media, parece que la afirmación aristotélica de la filosofía como un saber libre, como un saber para sí y no para otro, no pudo cumplirse, porque el libre ejercicio del pensamiento se veía obstaculizado, si no sometido, por un rígido control sobre la actividad humana del pensar