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—Gracias por las fotos. Son increíbles —dije, y mi voz sonó exactamente como me sentía: conmovida, entusiasmada. Feliz.
—Estás llorando —constató él, y por el tono de su voz me pareció que lo había dicho sonriendo—. Yo que me había propuesto hacerte sonreír… ¿Estás llorando para bien o para mal?
Eso me hizo reír.
—Para bien. Al cien por cien. Pero no me parece correcto que me dejes tantas fotos enmarcadas frente a la puerta y luego tenga que colgarlas yo sola. ¿No crees?
Se oyó un ruido de fondo, luego un golpe y un taco alejado del móvil.
—Perdona, me he levantado tan deprisa que he tropezado.
Riendo, me sequé las lágrimas que me caían por las comisuras de los ojos.
—O sea, que me lesiono y a ti no se te ocurre nada mejor que troncharte de risa —gruñó Kaden, aunque se le notaba claramente lo mucho que se había alegrado de que lo llamara—. ¿Dentro de diez minutos en tu casa?
Lo propuso como una pregunta y yo asentí varias veces con la cabeza, hasta que caí en la cuenta de que no podía verme.
—Me muero de ganas de verte —dije de todo corazón.